Ficha 11.1: América latina ante la crisis de 1929
GALLEGO, M;
EGGERS-BRASS, T; GIL LOZANO, F. Historia Latinoamericana 1700-2005.
Sociedades, culturas,
procesos políticos y económicos. Ed.
Maipué, Bs. As. 2015 (primera edición 2006).
La crisis
"Luego de la Primera Guerra
Mundial, y a lo largo de la década de 1920, las economías capitalistas vivieron
una época de crecimiento que facilitó la reconstrucción del mercado mundial.
Como consecuencia de esto también se registró, sobre todo en la economía
norteamericana, un aumento especulativo de los precios en general y de los
valores de la bolsa en particular. Esta alza provocó desde 1928 una fuga de
capitales de Latinoamérica hacia aquellos mercados que ofrecían mejores tasas
de interés, sobre todo Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña: un mal presagio.
En 1929 se derrumbaron las
acciones en la Bolsa de Nueva York lo que hizo estallar la crisis más
importante del capitalismo en el siglo XX. La fuerte integración de la economía
internacional hizo que pocos meses después de aquella caída, prácticamente todo
el mundo capitalista recibiera el golpe. El retroceso económico se produjo en
todas las áreas: disminuyó drásticamente la producción, cayeron los precios y
los salarios, y los intercambios comerciales internacionales se redujeron de
modo extraordinario. El sistema monetario, basado en el patrón oro, quedó
desbaratado.
Este contexto internacional
repercutió de manera muy negativa en la mayoría de las economías
latinoamericanas, que ya dependían en extremo de la marcha de las economías
centrales. En primer lugar, porque los países centrales se habían constituido
en los principales compradores de los productos latinoamericanos (alimentos y
materias primas), y en segundo término porque, como contrapartida de lo anterior,
eran los proveedores de bienes manufacturados y capitales. Como consecuencia de
la crisis y de la recesión, las compras de productos primarios se redujeron,
muchas veces limitadas por cuotas de importación. En la medida en que la
totalidad de las economías latinoamericanas estaban basadas en la exportación
de productos agropecuarios y minerales, esta situación redujo los ingresos de
todos los grupos sociales, aunque los más afecta- dos fueron, una vez más, los
sectores populares.
No menos importantes fueron otras consecuencias de la crisis. La adecuación de los países a la nueva situación creada por el derrumbe del orden mundial, implicó profundas transformaciones económicas, sociales y políticas". pág. 239
Las transformaciones sociales
"Como hemos dicho, a raíz de la
crisis y de los procesos que la siguieron, las sociedades latinoamericanas
sufrieron grandes cambios. Al mismo tiempo que se detenía casi por completo el
flujo inmigratorio desde Europa, los problemas de las economías regionales
obligaron a migrar a importantes sectores rurales de la población, sobre todo a
las grandes ciudades, pero también a aquellos centros mineros o petroleros que
ofrecían alguna posibilidad de empleo.
A juzgar por los índices disponibles, todo ello no afectó la tasa de crecimiento vegetativo de la población, ya que en la mayor parte de los países creció a un ritmo sostenido: de un 1,7% anual anterior a la década de 1930, se pasó a un crecimiento del 1,9%. Los avances en la medicina, que permitieron limitar la acción de algunas enfermedades como la tuberculosis, el tifus, la fiebre amarilla y la pulmonía, entre otras calami- dades, no fueron ajenos a esto. Hubo algunas excepciones en las que el crecimiento poblacional fue inferior a la media latinoamericana, aunque por diferentes razones: la Argentina y el Uruguay, por la baja de la natalidad, y Haití, Bolivia y El Salvador por los altos índices de mortalidad". Pag 243
Los procesos de urbanización
"Hacia 1930 la población
latinoamericana era predominantemente rural. Esta situación comienza a cambiar
a partir de aquel año: efectivamente, uno de los aspectos más visibles de la
década es el crecimiento de algunas ciudades en desmedro de las áreas rurales y
de otras ciudades más chicas que se convierten así en verdaderas expulsoras de
sus tradicionales habitantes. En los primeros momentos las migraciones del
campo a la ciudad se explican por la crisis de los sectores primarios. Luego a
este factor se agrega la tecnificación de la producción agrícola, por lo que a
medida que se consolidó el proceso industrializador, esa tendencia también se
reforzó, transformándose en una característica estructural de las economías de
la región. Un dato servirá para mostrar el cambio: en 1925 el 62% de la
población trabajadora latinoamericana estaba ocupa- da en la agricultura, y en
1945 esa cifra se había reducido a un 55 %.
Lo dicho no significa sin embargo
que la integración a los nuevos centros urbanos ocurriera en forma simultánea
con la incorporación a una actividad productiva. Justamente, los puestos de
trabajo ofrecidos eran inferiores en número a la cantidad de migrantes, lo que
contribuyó asimismo a mantener los salarios muy bajos. El efecto de ambas
cuestiones fue la conformación de áreas muy pobres, dentro y alrededor de las
ciudades, caracterizadas por la precariedad de las viviendas. Esas barriadas
humildes recibieron diversos nombres: villas miseria en Argentina, callampas en
Chile, favelas en Brasil, cantegriles en Uruguay. Estos asentamientos de
población mostraban con claridad las enormes diferencias económicas que
separaban a los sectores populares que las habitaban, de los sectores medios y
ricos, que comenzaron a buscar nuevas ubicaciones para sus confortables
viviendas.
Hacia una nueva estructura de
clases
"Del mismo modo en que los cambios
ocasionados por efecto de la crisis de 1930 determinaron una fuerte
diferenciación regional en el interior de cada uno de los países, así también
las estructuras sociales mostraron una diversidad creciente. Si bien las élites
tradicionales -que controlaban la producción primaria y su
comercialización-siguieron siendo el grupo dominante, en esta época comenzó a
consolidarse una burguesía industrial que, salvo excepciones, constituiría un
grupo de peso en la estructura social y política en las décadas siguientes.
Ejemplo de estas singularidades fueron la ciudad mexicana Monterrey, la
colombiana Medellín y la brasileña Sao Paulo, donde la burguesía industrial
había conseguido un poder económico y político considerable. Este crecimiento
de la burguesía industrial incluyó a la vieja oligarquía, que era la única
clase capaz de acumular capital aún en períodos de crisis, y que aprovechó la
oportunidad de invertir en las nuevas industrias.
Junto con estos sectores creció
una clase media muy numerosa y de creciente influencia social, cultural y
política, conformada por profesionales, pequeños industriales y comerciantes,
empleados de empresa y funcionarios del Estado. Los trabajadores asalariados
urbanos crecieron en número, pero sólo en una limitada cantidad de ciudades
como Bue- nos Aires, Sao Paulo, México o Lima alcanzaron proporciones
preocupantes para los intereses de las clases dominantes. En México, Argentina,
Chile, Perú y Brasil los trabajadores lograron consolidar sus organizaciones
defensivas, los sindicatos, y construir confederaciones sindica- les que
agrupaban a un número importante de gremios. Contando también con la
participación de sectores medios, lograron construir y/o fortalecer algunas
organizaciones políticas que los representaban, como los partidos socialista y
comunista que proliferaron en toda América, aun- que su escaso peso político
les impidiera acceder al poder.
Las transformaciones en las
estructuras políticas
Los cambios sociales hicieron más
difícil el dominio del electorado y pronto nuevas formas de acción política
construirían modelos de estado distintos a los precedentes. El poder de las
viejas oligarquías se resintió en forma paralela a los modelos económicos que
habían construido y de los que eran sus principales beneficiarias. La
inestabilidad fue la característica sobresaliente de los regímenes políticos,
inestabilidad que se reflejó en golpes militares, rebeliones urbanas y rurales,
y caídas anticipadas de algunos gobiernos.
Al calor de estos problemas fue
ganando terreno la idea de que era posible un desarrollo económico hacia
adentro, apoyado en los mercados internos y en el crecimiento industrial, y con
un estado más intervencionista que antes en lo económico. Las corrientes
nacionalistas y ultranacionalistas latinoamericanas cobraron nuevos bríos,
alentadas tanto por los triunfos del fascismo europeo como por los abusos de
compañías extranjeras que reavivaron el espíritu antiimperialista ya existente.
Del estado liberal al
interventor
Preocupados por los graves
efectos de la crisis, los gobiernos tomaron una serie de medidas que cambiaron
de modo radical la forma estatal de intervención en la economía. El retroceso
del liberalismo como cuerpo de ideas dominantes fue un efecto visible de
aquellas medidas.
En los primeros años de la
crisis, la imposición de altas tarifas a la importación no buscaba más que
aumentar la recaudación de los gobiernos de la región. Pero el crecimiento de
los sectores industriales impulsó poco a poco las llamadas políticas
proteccionistas, que mantuvieron altos los impuestos aduaneros para los bienes
competitivos de producción lo- cal. La intervención se convirtió entonces en
una política activa a favor de un determinado desarrollo económico. Incluso,
una vez superado el pico depresivo, se desplegaron políticas crediticias que
beneficiaban a nuevos sectores dinámicos de la economía.
También desde los estados
comenzaron a desarrollarse actividades productivas allí donde las burguesías no
estaban dispuestas a invertir. Si bien estaba claro que el desarrollo
industrial necesitaba de la industria pesada (siderurgia, petroquímica), sólo
algunos estados lograron avanzar, con limitaciones, en ese sentido.
El control a la producción y el
manejo de los precios de los productos de exportación se hicieron a través de
las diversas juntas reguladoras que se crearon en varios países. Estas juntas
organizaban la producción de acuerdo con las demandas de los mercados externos,
evitando así caídas de los precios que perjudicaran a los grupos propietarios.
A fin de consolidar estas nuevas
formas de acción estatal y legitimar a los gobiernos que las implementaron, se
planteó la necesidad de establecer alianzas con las clases medias o aun con el
proletariado. Surgieron así una serie de gobiernos llamados populistas, como el
de Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, Juan D. Perón en
Argentina y Pedro Aguirre Cerda en Chile', que incorporaron a esos sectores
subalternos a las estructuras mismas del estado, promovieron la sindicalización
y buscaron su apoyo para llevar adelante políticas de reformas eco- nómicas y
sociales, a fin de integrarlos al mercado interno".
pág. 243-246
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