Ficha 8: El batllismo uruguayo y su reforma “moral”


El batllismo, uno de los primeros reformismos latinoamericanos de cuño popular, gobernó al Uruguay entre 1903 y 1933. En ese período buscó modificar el orden económico y social vigente, enjuiciar el poder de las llamadas clases conservadoras o altas, cuestionar la utilidad para la nación de las inversiones británicas directas promoviendo su nacionalización, y afirmó -más lejos no pudo o no quiso ir- la necesidad de transformar el régimen de propiedad de la tierra eliminando el latifundio ganadero.

Aunque sectores importantes de las clases obrera y media apoyaron al movimiento este tuvo rasgos originales y una fuerza también peculiar por haber nacido al calor del poder Estatal, en el seno de un partido el Colorado, que cuando José Batlle y Ordoñez ascendió a la presidencia por primera vez en 1903, hacía ya casi 40 años que monopolizaba los altos cargos políticos, la burocracia y el ejército.

Batlle, a diferencia del argentino Hipólito Yrigoyen, contemporáneo, no llego al poder ni en 1903 ni en 1911, al amparo del calor popular, sino que fue elegido por una élite política que poco o nada debía a la pureza del sufragio y las votaciones masivas. También a diferencia de Hirigoyen buscó en mayor grado el apoyo obrero y promovió más temprano una legislación social de avanzada. Revelando en otro plano la originalidad del proceso uruguayo, lucho por eliminar la influencia de la Iglesia Católica en la sociedad

El resultado final fue la erección de un Estado poderoso interventor en lo económico y mediador en el conflicto social, el afianzamiento de la clase media y la aparición de la sociedad más secularizada de toda Latinoamérica, con su primera ley de divorcio en 1907 y su separación de la Iglesia y el Estado en 1917

Estos cambios no se realizaron fácilmente y muchos de ellos chocaron con la oposición frontal de dos fuerzas de enorme peso una interna, los grandes estancieros, y otra externa como el Imperio Británico y los inversores.

Las reformas económicas intentaron nacionalizar los servicios públicos en manos británicas y ampliar el campo de acción del Estado a zonas que el capital local creía le estaban reservadas. Las reformas sociales se tradujeron en el apoyo gubernamental al movimiento sindical controlado por los anarquistas y en diferentes proyectos de legislación laboral, el más osado de los cuales fue presentado en junio de 1911 postulando la jornada de 8 horas para todos los trabajos con excepción del rural. Inspirándose en el georgismo, muy en boga en esos años en el Río de la Plata, la reforma fiscal buscó castigar a los grandes propietarios con un impuesto inmobiliario cada vez más crecido, lo que, en teoría, los obligaría a subdividir sus latifundios. Los cambios en la educación promovieron su tecnificación y sobre todo su gratuidad en todos los niveles.

Es dentro de este amplio contexto que adquirió peculiar resonancia lo que sus protagonistas llamaron la reforma «<moral», reveladora tanto de la peculiar naturaleza ideológica del batllismo como de los rasgos demográficos, sociales y culturales originales de la nación que los ambientó.

 El hombre nuevo

El reformismo de la segunda administración de Batlle no solo se propuso modificar la vida económica, social y política del país. Su ala radical intento también enjuiciar la mentalidad dominante, fruto de las opciones psicológicas de las clases conservadoras y servidora de sus intereses.

Los valores y comportamientos recibidos y comunes del novecientos fueron cuestionados por los radicalismos que a la vez criticaban la sociedad: el anarquismo, el socialismo y la versión “avanzada” del batllismo. Claro que cada una de estas posiciones discrepó en diferente profundidad con lo admitido por la sociedad conservadora, pero todas profesaron en común una iconoclasia, un desprecio hacia las "convenciones", que las volvían particularmente irritantes para los defensores del orden establecido.

Los batllistas radicales y el presidente de la República, nada menos, era uno de ellos se singularizaban y distinguían de los simpatizantes de las otras banderías tradicionales -los Colorados independientes, los blancos- porque sus actitudes políticas eran solo uno de los aspectos de sus actitudes vitales. En 1911 se era batllista porque se era partidario de las 8 horas, de la estatización de los servicios públicos, del ataque al «latifundio arcaizante»>, y también porque se enviaba a los hijos a educarse en escuelas laicas y públicas, se aceptaba solo el casamiento civil rechazándose el religioso, se impulsaba a las hijas mujeres a estudiar en la Universidad, y se disculpaba a los anarquistas cuando éstos se mostraban “irrespetuosos” ante los símbolos nacionales. Ser batllista «avanzado» durante estos años era adoptar una postura determinada en todos los órdenes de la vida, una militancia que, por lo general, chocaba con las pautas morales imperantes.

Este batllismo se propuso, por lo tanto, además de proteger a los obreros y liberar a la sociedad de los monopolios, ambientar el nacimiento de un hombre nuevo, mediante la modificación de las estructuras educacionales y jurídicas existentes en el país.

La confianza en que la difusión de la enseñanza cambiaría a la nación y a sus ciudadanos, en que la extensión de una visión "racional y científica» del mundo haría mejores a los hombres, estuvo en la base de todos los planes educacionales de este batllismo que creó las Estaciones Agronómicas en 1911, los liceos del interior y la sección femenina de Enseñanza Secundaria en 1912 y propuso en 1914 la gratuidad total de los estudios secundarios y universitarios. Tales realizaciones y proyectos, dignos del iluminismo europeo más ortodoxo, tiñeron por completo la visión que Batlle tuvo del «pequeño país modelo» que se proponía impulsar. Así lo describió en 1908, en carta a Domingo Arena: «(un país) en que la instrucción esté enormemente difundida, en el que se cultiven las artes y las ciencias con honor, en el que las costumbres sean dulces... Me complazco en imaginarme que podríamos crear universidades en todos los departamentos, grandes institutos científicos y artísticos en Montevideo, desarrollar el teatro y la literatura, organizar los juegos olímpicos, fomentar la riqueza nacional impidiendo que se la lleven los elementos extraños, proveer al bienestar de las clases pobres..”

Los editoriales de El Día a favor del anarquista Francisco Ferrer cuando fue fusilado en Barcelona en 1909, y los que a menudo se publicaban recordando su muerte el 31 de julio de cada año, testimonian las concepciones culturales del batllismo radical, contrapuestas en casi todos los planos a los de la sociedad conservadora

La escuela pública, laica y gratuita debía, como la "Escuela Moderna de Ferrer", formar jóvenes cerebros libertados de las cadenas seculares de los prejuicios y arrebatar los tiernos espíritus a las manos deformadoras de las huestes clericales que gustan ensombrecer las conciencias de los niños con las amenazas terroríficas de un Dios vengativo. El Dia deseaba colocarse del lado de la hidra rebelde que amenazaba a la sociedad prudente. Y cuánto desprecio había en este calificativo, cuántas prudencias concretas de la sociedad montevideana estaba condenando. Pág. 141-143

 En el mes de marzo de 1911, el signado por la huelga tranviaria y la primera huelga general. El Dia dio una muestra de cómo el batllismo radical entendía la función liberadora de la educación. En un colegio privado, de aquellos en que los alumnos pagaban a lo sumo un peso o peso y medio mensuales, los niños comenzaron a hacer... mil preguntas a la maestra sobre el significado de las huelgas. Esta, aprovechando aquella coyuntura favorable para despertarle la atención, trató de hacer penetrar en aquellos cerebros infantiles una idea aproximada de lo que significan esos movimientos, explicándoles que las huelgas eran el recurso extremo a que llegaban los obreros para obtener un mejoramiento gradual cuando son o se creen víctimas de patrones que los explotan». La maestra habló luego de lo que significa un paro general, los movimientos de solidaridad, etcétera, Para El Día hasta aquí no (había) indudablemente nada de extraño ni de curioso; por el contrario, era encomiable la labor pedagógica, este aprovechar la motivación del alumnado para dar una lección sobre objetos, como las que proponía José Pedro Varela: claro que esta vez sobre un objeto vivo y quemante: la huelga que estaba aconteciendo. Lo que a El Dia le pareció indignante fue la actitud de un señor extranjero, compatriota de una de las empresas afectadas por la huelga, padre de dos niños alumnos que los retiró de la escuela por «no (sentarle) bien que se hubiera empleado la palabra explotación.

José Pedro Barrán y Benjamín Nahum Proletariado ganadero, caudillismo y guerras civiles en el Uruguay del 900 y otros artículos. E.B.O Montevideo, 2021. Pág. 143-147

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