Ficha 7.1: Proletariado ganadero, caudillismo y guerras civiles en el Uruguay del novecientos
Introducción
El proceso de
modernización de las estructuras agrarias uruguayas comenzó a mediados del
siglo XIX. Implicó la transformación de una ganadería basada en el vacuno “criollo”,
que solo proporcionaba al mercado internacional cuero y carne salada, en otra
basada en el ovino y el vacuno mestizo que producían lana y carne refrigerada
para compradores más avanzados y exigentes. El motor de este cambio fue la
demanda externa, debilitada en más de una ocasión por las resistencias de la
sociedad tradicional uruguaya.
Tanto la vieja
ganadería «arcaicas (así la llamaron los con- temporáneos), como la «nuevas,
llevaron consigo sociedades diferentes, relaciones distintas entre el poder
político y las clases sociales, así como entre dominadores y dominados en la
campaña. En apretada síntesis podría decirse que la vieja estructura de la
ganadería basada en el vacuno «criollo»> implicaba el latifundio, un escaso
valor de venta de los bienes que producía, el desorden político y la figura
dominante del caudillo, figura nacida en las batallas por la independencia y
consolidada por las posteriores guerras civiles. «Anarquía y ausencia de
riqueza valorada como tal en el exterior, se da- ban la mano y engendraban
mutuamente. La anarquía era la contracara de una sociedad que producía bienes
con escaso valor internacional y de un Estado con chasques, carretas y
diligencias
La relación
entre dominadores y dominados en esa campaña uruguaya que permaneció inalterada
casi hasta 1850-60 es- taba asignada por la existencia de más mano de obra de
la que el estanciero necesitaba como «productor de bienes», puesto que ella cumplía
funciones que no eran puramente económicas otorgar seguridad, o más prestigio
social y poder político. Y mano de obra también libre, que no estaba
esclavizada por la necesidad del salario. La abundancia del alimento-la carne
vacuna- en un medio que no la había convertido totalmente en valor de cambio,
era la clave de este último y peculiar rasgo.
La nueva
estructura que pugnaba por nacer hacia 1850-60, tenía muy otras características.
El mercado externo premiaba ahora el esfuerzo del productor innovador. Francia,
Bélgica y el Imperio Alemán compraban sus lanas, Gran Bretaña y los Estados
Unidos sus tradicionales cueros; el lento pero persistente mestizaje del vacuno
anunciaba la era del frigorífico, el desplazamiento de la carne salada por la
refrigerada y del pobre comprador cubano o brasilero de tasajo por el rico
consumidor europeo de carnes congeladas o enfriadas. Las formas de propiedad de
la tierra sufrieron una leve modificación pues al amparo del desarrollo ovino
creció una clase media de arrendatarios y propietarios. El estanciero necesitó,
ahora sí, orden. El Militarismo (1876-86) creó un embrión del Estado moderno y
se lo concedió. El caudillo, hijo de la guerra, tendió a desaparecer, al mismo
tiempo -y en sincronía característica que los viejos medios de transporte y
comunicación eran suplantados por las inversiones iglesias en ferrocarriles y
telégrafos.
Varió la
relación entre dominadores y dominados en el campo. La mano de obra solo tenía
que cumplir una función productiva. Por ello se la redujo. También por motivos
que la misma estructura del cambio económico implicó y luego detallaremos. A la
libertad relativa, pero libertad al fin, y sobre todo sentida como tal según lo
reflejan los documentos de la época, la sustituyó la dependencia del salario.
Peón sí, nunca vagabundo o errante. El monopolio del alimento quedó en manos de
quienes antes solo lo tenían teóricamente. La carne era del estanciero y para
Inglaterra, no del y para el trabajador de la campaña.
En este nuevo
ambiente, donde el caudillo era rechazado por las nuevas fuerzas sociales y
económicas, donde el Estado se había fortalecido en su poder coactivo porque
los grupos sociales dominantes lo reclamaban y podían financiarlo, donde la
mano de obra se disciplinaba, las guerras civiles ya no tenían razón de ser...
Y, sin embargo,
el Uruguay conoció en el novecientos dos movimientos armados que parecieron
revivir al viejo país. «Anacronismos feudales» decían los colorados, opositores
políticos a esas rebeldías. Ansias de implantar la democracia política y la
libertad del sufragio, respondían los blancos. Como se sabe, la vida política
es muy lenta en recoger los impulsos económicos, incluso a veces los contradice.
Tiene su propio ritmo. Empero, en este caso al menos, ese ritmo político tuvo
también motivaciones en los propios desajustes del cambio social y económico,
Era, sin duda, un tiempo crítico, en que lo nuevo no había nacido del todo y lo
viejo pugnaba por no desaparecer.
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Ovino y
mestizaje no llegaron solos.
La introducción
de ciertos elementos técnicos en la labor rural, como alambrados, máquinas de
esquilar, bretes, etcétera, y de nuevos medios de transporte, por ejemplo, el
ferrocarril, provocaron la desocupación de una numerosa mano de obra (peones,
puesteros, agregados, carreros) que se vio des- alojada de la estancia y
también marginada del proceso económico nacional.
Esos desplazados
fueron llamados en la época el «pobrerío rural» por los hombres cultos y los
grandes propietarios de tierra que veían con temor cómo los cambios económicos
iban engendrando lentamente un problema social que para ellos se planteó en
estos términos: ¿qué hacer con estos hombres? ¿Cómo mantenerlos sometidos y al
mismo tiempo asegurar la propiedad privada?
En 1879 un
miembro de la Asociación Rural (fuerte grupo de presión que agrupaba a los
terratenientes) expresaba sus temores de esta manera: “Cada estancia que se
cerca representa a 10, 15 6 20 individuos o familias que quedan en la miseria,
sin otro horizonte que una vida incierta, degradada por el servilismo del que
tiene que implorar la caridad para vivir, y alentando en su corazón odios hacia
esos cercos, causa de su terrible estado; que quisieran ver destruidos, y que
como única esperanza alientan la risueña perspectiva de una revolución que les
permita la destrucción de todos ellos. En ese camino vamos”.
Si el pobrerío
rural constituía el telón de fondo del campo uruguayo, la vida política del
país le dio los medios de manifestarse. La rivalidad entre colorados (que hacia
el 900 habían estado en el Gobierno durante casi 40 años) y los blancos (cuya
única posibilidad de acceder al poder era disputarlo por las armas ante la carencia
de elecciones libres) se sirvió de esa multitud para montar los ejércitos
partidarios que se enfrenta- ron en verdaderas guerras civiles en 1897 y 1904.
Fue la vida
política la que permitió la manifestación de la crisis en la sociedad rural,
crisis latente desde el alambra- miento de los campos, pero que no había
estallado por falta de adecuado encuadramiento político a nivel nacional (en
los partidos tradicionales, blanco y colorado). Y fueron hechos de la vida
económica -el alambramiento en primer lugar-, las levaduras que produjeron a
los desocupados y a su vez determinaron que los acontecimientos de 1897 y 1904
(las «<últimas revoluciones blancas») alcanzaran la enorme resonancia que
lograron. Afirmar que el «pobrerío» fue el protagonista de las revoluciones del
900, no significa decir que las revoluciones tuvieron objetivos sociales. El
campesinado, ni en el ejército gubernamental ni en el blanco, se protagonizó a
sí mismo. El régimen de explotación imperante en la estancia generó un
proletariado rural que escapa a caracterizaciones usuales en otras sociedades.
La ganadería extensiva provocó el aislamiento de la peonada: la hacienda
modernizada por el alambra miento y otras mejoras técnicas, la desocupación.
Trabajado res esparcidos y peones despedidos concentrados en los ejidos de las
ciudades de la campaña y los pueblos de las ratas (así llamados por su absoluta
pobreza), no alcanzaron a ser nunca una clase para sí, con conciencia de sus
intereses y de su oposición frontal a los terratenientes.
Que sepamos, en
ningún lugar del mundo la ganadería extensiva ha producido un proletariado consciente.
Es demasiado grande la dispersión de los hombres en las enormes estancias como
para que el terrateniente tenga dentro del propio establecimiento al enemigo
social.
La falta de
ubicación en el aparato productivo era el signo de otro grupo campesino, el
reunido en los ranchos de los -pueblos de las ratas; allí, la desocupación
acompañada de la miseria y la ignorancia, impedían que ese grupo fuera otra
cosa que un conjunto de desclasados, apto para todo tipo de vida al margen del
orden establecido-abigeo, contrabando- o para ingresar a él sirviéndolo, como policías,
soldados prostitutas, sirvientes. Pero incapaces de unirse en torno a un
programa y combatir a la clase que los expoliaba. Ni el Uruguay era México, ni habría
en el Zapatas. Allí residía la tragedia de lo que los contemporáneos
llamaron el pobrerío rural
Fue hacia 1900
que la clase propietaria obtuvo sus últimos triunfos al arrojar de la tierra a
los restos del pobrerío rural y cercar sus fundos, expulsando peonadas en la región
a La que más tardíamente llegaban los cambios el norte fronterizo con Brasil. Desde
ese instante, el pobrerío estuvo definitivamente marginado de la propiedad del
suelo y sin esperanzas de acceder a ella
Un abismo cada
día mayor se abrió entre el pobrerío y todos los propietarios rurales,
integraran la clase media de propietarios y arrendatarios o la alta de
latifundistas. La «modernización de la economía conjugada con el sistema de
tenencia del suelo, había engendrado un anticuerpo cuya peli- grosidad era tan
temida como sobrevalorada por los propietarios: el pauperismo. Era la otra cara
del país que asistía en su capital, Montevideo, a la oleada inmigratoria
europea y su primer esplendor cultural. Mostraría su faz a plena luz de las
grandes revoluciones» de 1897 y 1904. El cambio económico abandonado a la mitad
del recorrido, sin la agricultura como auxiliadora de la ganadería-caso de la
Argentina- condujo a un atolladero social. Pág. 10-13
Pobrerío en
la revolución del 04.
Durante la
Revolución de 1904, el ejército del general gubernista Manuel Benavente, se encontró
con dos rancheríos (pueblos de las ratas) recorriendo el departamento de
Tacuarembó. Su ayudante los describió así: “Poco antes de llegar al paso
de Cardozo puede verse un pequeño grupo de ranchos miserables y dónde desde
lejos se adivina la morada de la más espantosa miseria, El General se acercó a
uno de estos ranchos que parecía estar deshabitado y en ruinas y que se hallaba
al borde del camino. Nadie hubiera credo que algún ser humano podía vivir allí.
No se veían puertas alguien las quito para hacer fuego. Solo algunas gallinas
correteaban escarbando entre los cardos, indicando que alguien vivía en aquella
ruina. De repente aparece, saliendo de aquella especie de cueva, una negra a la
que pronto rodeo un escuadrón de negritos Completamente desnudos no cesaban de
mirar con ojos espantados y llenos de asombro al General y a los ayudantes que
lo acompañaban. El General, que ese día estaba de muy buen humor, cambio
algunas palabras con la negra y le dio un socorro. -¿Dónde está el patrón!-le
pregunto
-Está en
la división del coronel Escobar (gubernista) y mire lo que son las cosas-añadió-tengo
un hijo y un hermano en la revolución”
La negra que tenía
su marido con el ejército del Gobierno (colorado), y su hijo y hermano con el
ejército de la revolución (blanco), simbolizó el destino del pobrerío rural.
Fue la carne de cañón de blancos y colorados, pero también se vengó de su
miseria hartándose de comida-carne, por fin- y destrozando los odiados
alambrados. Los desocupados estaban dispuestos a hacerse de cualquier medio
para sobrevivir. La política uruguaya les ofreció uno: la «Revolución».
Antes de ella,
el campesino, desplazado por un régimen socioeconómico que lo marginaba, entró
a servirlo de diversas maneras. Una de ellas fue el cargo que la policía y el
ejército podían ofrecerle, tanto dentro del bando gubernista (colora- do) como
dentro del bando revolucionario (blanco). Ambos partidos políticos se nutrieron
en el pobrerío y por ello este grupo social fue el protagonista de las guerras
civiles. En la última, de 1904, se enrolaron 30.000 hombres de un lado y más de
15.000 del otro, cuando la población total del país apenas llegaba al millón de
habitantes.
La única
ocupación permanente de las mujeres fue el ser- vicio doméstico en las
estancias y pueblos del interior. Como lavanderas, cocineras y mucamas, las
esposas de los peones y los desocupados, se disputaban un mercado de trabajo
sobresaturado. Era posible encontrar una excelente cocinera por el sueldo de un
peón ($5) y una sirvienta por $1.50 o $2 al mes. Hijas de estas mujeres, de
hasta 18 años, ayudaban en las faenas diarias y solo recibían como pago la
comida y a veces la vestimenta. Otras eran entregadas a familias ricas, siendo
«criadas por éstas y sirviéndolas al mismo tiempo. Toda familia de clase media
y alta tenía en el medio rural una o más criadas. Hacia 1890, de los
departamentos de Cerro Largo y Soriano, en los que se realizó un esbozo de censo
ocupacional, más del 50% de las mujeres que trabajaban lo hacían en el servicio
doméstico. Pág. 20
El sistema económico
engendró no solo la miseria sino también el analfabetismo. Si la primera pudo
empujar a los peones y desocupados al abigeo y la Revolución, el segundo
contribuyó para que ésta no tuviera un carácter de reivindicación social
Cultura, claro
está, no es solo la forma de apreciar el mundo que tiene el occidente europeo.
Pero es que el Uruguay no conoció nunca otra. El analfabetismo era un trauma
pues su cultura estaba modelada por Occidente. No había una tradición indígena
que la sustituyera ni una imagen mítica de un pasado igualitario al cual se
deseara retornar, como sucedía, por ejemplo, en los grupos campesinos
mejicanos, bolivianos y peruanos. Ninguna referencia a algo sentido y vivido
como propio que nos pasara por los caminos de la trasmisión de cultura usuales
en el occidente europeo. Cuando el pobrerío tomó las armas por los blancos y
colorados lo hizo para servir ideas o ambiciones políticas que poco
significaban para él en concreto. A los años llegó a proclamar alguna vez un
deseo que expresó pintorescamente: «Aire libre y carne gorda», pero eso no era
un programa coherente de reivindicaciones sino de depredación.
No podía ser de
otra manera. La «Revolución»> no era más que un «<levantamiento», una
ruptura temporal, sin objetivos permanentes, del ordenamiento socioeconómico
existente. En este contexto las clases altas no corrían riesgos esenciales. El pobrerío
trabajador, disperso en las inmensas distancias, y el pobrerío concentrado en
los ejidos y «pueblos de las ratas», estaban condenados por la conjunción de
dispersión, miseria y analfabetismo a la docilidad o a breves y violentas
explosiones de descontento. Pág. 26-27
Factores que
confluyen en la violencia de la revolución.
Sin embargo, lo
inexplicable. tenía un significado claro, La revolución fue una consecuencia de
la conjunción de dos factores: la inmadurez política del país reflejada en la
tensión entre blancos y colorados que no hallaban un esquema jurídico que los
amparase a ambos; y el caldo de cultivo que hallo esa inmadurez en el pobrerío
rural, cada vez más empujado por la miseria a manifestaciones inorgánicas de
violencia. Fue la convergencia de la hostilidad política y la miseria del
campesinado lo que hizo que la revolución asumiera tal violencia y dramatismo.
El pobrerío, sin el marco de los partidos tradicionales, solo hubiera
incrementado sus abigeos, sus "gavillas de salteadores», o la emigración
hacia Montevideo y los países vecinos. Blancos y colorados, sin el instrumento
de las multitudes pobres, hubieran tenido que pagar o ceder. Lo explosivo
resultó ser la combinación de ambos elementos.
Análisis del
problema del pobrerío rural
"…recordó
que en 1906 se había sostenido: «La cuestión de dar colocación y destino
útil a nuestras gentes pobres no es una cuestión secundaria. Es, por el
contrario, fundamental y de gran trascendencia para nuestros destinos
nacionales. La ignorancia y el aislamiento en que vegetan esas pobres gentes,
que forman la mayoría del país, engendran la miseria y la corrupción, preparan
los instrumentos para los movimientos armados y perturbaciones públicas, el
crimen, el robo y el abigeato»,"
El contemporáneo
que con mayor lucidez expuso las causas profundas de los movimientos que
estamos analizando fue un gran estanciero, Luis Mongrell, en 1911. En algunas
de sus cartas privadas aparecen las siguientes reflexiones: «¿Por qué la
guerra encuentra en este país un ambiente favorable? En primer término, porque
la mayoría de la gente de campaña no tiene hogar y lleva una vida nómada. Mejor
que ganar ocho pesos por mes, es lanzarse a una aventura que dura unos meses y
ganan más y comen mejor. Es una huelga armada de protesta de los desgraciados
que explota la política en su provecho. Esas bárbaras irrupciones guerreras desaparecerían
el día que el gaucho tuviera un pedazo de tierra y hogar estable para sus hijos
y medios de subsistencia. Entonces sí, habrían concluido las guerras civiles.
Los obreros de campaña se sindican inconscientemente y producen, sin penetrar
la verdadera causa, una protesta armada." Pág. 32
La tesis de los
contemporáneos era penetrante; sus temores de futuro, infundados. El pobrerío
dio forma, colorido, violencia y fuerza a la guerra civil, pero la revolución
la promovió el Partido Nacional, no el pobrerío. Si blancos y colorados
transaban por el poder y llegaban a un acuerdo, el pobrerío no tendría más
posibilidad de expresarse en otro levantamiento. Quedaría condenado a revivir
siempre su lenta muerte cotidiana en las jornadas agotadoras del peonaje, la
esquila, el abigeo,… Pág. 33
José Pedro Barrán y Benjamín Nahum
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