Ficha 9: La obra de Batlle en lo social: La ley de 8 horas

 

En los años anteriores a la segunda presidencia de Batlle y Ordóñez, el número de obreros en huelga en cada conflicto rara vez pasó de los 4.000. Calculando en 30 a 40.000 el total de obreros existentes en Montevideo, se puede apreciar que las huelgas no se generalizaron. Pero ya en 1911 hubo huelgas generales, 37 parciales y cerca de 20.000 obreros en conflicto, lo que demostraba una acentuación de las tensiones sociales, aquellas que Batlle pen só en Europa que era necesario eliminar. La legislación laboral y social que implantó con tal motivo hizo que en 1914 sólo se registrara una huelga general una parcial y resultaran afectados sólo 1.300 obreros.

La huelga más importante del período fue protagonizada por los tranviarios en 1911; reclamaban aumento de salarios y reducción de las extensas jornadas de trabajo. Hubo enfrentamientos violentos con la poli- cía, que trataba de salvaguardar la libertad de trabajo del personal especial mente contratado por el directorio de la empresa tranviaria inglesa para suplantar a sus trabajadores habituales. Hubo paros solidarios de otros gremios, y luego de larga contienda los trabajadores consiguieron mejoras el salario y disminuir su jornada a 9 horas.

En el mismo año se declaró en huelga el personal de servicio de la Asistencia Pública. Las vacantes fueron llenadas con hombres de la policía y el ministro del Interior (Pedro Manini Ríos) manifestó en Cámara de Diputados que era contra- rio a la huelga de los funcionarios públicos. Esto era una contradicción en el batllismo, pues si el Estado se convertía en patrono -como lo estaba haciendo con su política intervencionista y de nacionalizaciones- el problema habría de presentarse nuevamente.

Las condiciones de la vida obrera eran precarias; el trabajo de los adultos estaba mal remunerado y en muchas industrias se empleaba a niños. En 1911 había registrados 1.131 menores de 15 años como trabajadores en la industria y el comercio. El diputado Emilio Frugoni denunciaba la existencia de una fábrica textil en Capurro donde había niñas de 10 años de edad trabajando 10 horas diarias por un salario de 15 centésimos; las tejedoras de 15 a 18 años ganaban 40 centésimos y las mayores de edad, entre 70 y 90 centésimos diarios. En las fábricas de fósforos, las obreras ganaban de 20 a 30 centésimos; en las casas de confecciones las costureras percibían 8 pesos mensuales.

En uno de los primeros informes de la Oficina Nacional de Trabajo, se describía así la actividad de los niños en las fábricas de vidrios:

"Falanges de niños de aspecto triste y enfermizo, vestidos pobremente, descalzos, trabajando jornadas de ocho horas, soportando una tempera- tura media de 50 grados, acarreando las piezas elaboradas o cerrando y abriendo los pesados moldes en un ir y venir fantástico, tiznados y jadean- tes como pequeños seres dantescos, pasando junto a la incandescencia del quemante humo, o ya zigzagueando entre los largos tubos que los operarios soplan con un aliento de fuego que parece cristalizar en sus extremos en forma de rojos globos sanguíneos, hirvientes y titilantes; y ya tarde, cuando termina la jornada, al sonar la bocina, salir extenuados, traspasa- das sus ropas de sudor, después de haber realizado una jornada que a los mismos adultos fatiga enormemente; y todo ello para ganar 20 o 30 centésimos a lo sumo".

En cuanto a los horarios de trabajo, la situación no era mejor. Los tranviarios cumplían, antes de la huelga citada, jornadas de 15 y 16 horas; los obreros panaderos llegaban a las 18 y 19 horas diarias, y trabajando de noche; los empleados de comercio no tenían horario fijo: dependía su jornada de la voluntad exclusiva del patrón.

Las permanentes denuncias de estas situaciones insostenibles sensibiliza- ron a la opinión pública, y la clase obrera se movilizó enérgicamente para superarlas. Si la transformación tuvo efecto fue porque esta vez había en la dirección del poder público un hombre especialmente preocupado por corregir tales excesos. Ya fue señalado en su oportunidad que un proyecto de ley en este sentido fue presentado por los diputados nacionalistas Carlos Roxlo y Luis Alberto de Herrera en 1905, con diversas mejoras que incluían la jornada de 10 horas. En 1906 fue enviado por Batlle un nuevo proyecto al Parlamento: establecía la jornada de 9 horas por ese año y de 8 en los siguientes en las empresas donde la labor fuera dura y no tuviera interrupciones; de 11 horas y de 10 en los años siguientes para los empleados de comercio; prohibición de trabajar a menores de 13 años, descanso de un mes para la mujer después del parto; descanso semanal con turno rotativo, etc. Como vimos, el proyecto no encontró eco durante la Presidencia de Williman y no tuvo consecuencias.

Nuevamente en la Presidencia, Batlle remitió otro proyecto el 26 de junio de 1911. Por él se terminaba con el año de transición de 9 horas, basándose en que varios gremios habían conquistado ya la jornada de 8 horas y era de justicia extenderla a todos. La diferencia entre las ocupaciones era igualmente eliminada y quedaban amparados los miembros más débiles y no organizados gremialmente de la clase media: los empleados del comercio y la industria.

Se prohibía el trabajo a los menores de 13 años; se restringía la jornada a los menores de 19, la mujer dispondría de 40 días de descanso en período de embarazo, el descanso obligatorio era de un día cada 6. Se admitían horarios especia les y más largos por la naturaleza de la ocupación, pero a condición de no ultrapasar las 40 horas en 5 días de trabajo. Finalmente se modificaba la vigilancia del cumplimiento de la ley. Mientras que la de 1906 le cometía a la Policía, ésta la dejaba a cargo de 25 inspectores especiales designados "entre personas que inspiren confianza a los obreros".

La ley definitiva recién se votó el 17 de noviembre de 1915, bajo la presidencia de Feliciano Viera; recogía lo esencial del proyecto de Batlle con algunas pequeñas modificaciones: un día de descanso cada 7, y máximo de 48 horas semanales de trabajo.

Las clases obreras de Inglaterra, Francia y Alemania, las más antiguas y desarrolladas de Europa, habían iniciado el siglo con intensas movilizaciones en procura de la reducción de la jornada de trabajo y de la mejora de sus condiciones laborales. Algunas de estas luchas fueron presenciadas por Batlle durante su estada en Europa.

En Inglaterra se consiguió disminuir la jornada por primera vez en 1901: 10 horas y media de trabajo, y su prohibición para los menores de 11 años. La primera conquista de las 8 horas fue realizada en 1908 y la ganaron los mineros: se consideraba su trabajo el más duro y peligroso, y por eso fueron los primeros triunfadores en esta contienda.

En Francia, la jornada se había reducido a 11 horas ya en 1892; recién en 1900 se aplicó la de 10 horas para las mujeres y los niños. Al igual que en Inglaterra, y por las mismas razones, los primeros en conseguir las ansiadas 8 horas fueron los mineros en 1905, Lentamente, y luego de prolongadas contiendas, los demás gremios lograron la generalización de esa jornada.

Los empresarios industriales y comerciantes presentaron a la Asamblea General una extensa nota en contra de la ley que se estaba considerando, donde exponían los siguientes argumentos, entre otros: la producción se encarecería al imponer el aumento del número de obreros para la ejecución del mismo trabajo, peligraría el mercado de exportación por el encarecimiento de nuestros productos; no sería posible extender la misma jornada a todas las industrias; los obreros de campaña emigrarían hacia Montevideo atraídos por la corta jornada.

Los mismos y parecidos argumentos se hicieron sentir en la prensa y en el Parlamento. Tanto los diputados nacionalistas como los colorados riveristas encontraron aquí otro campo de lucha contra el batllismo y una nueva oportunidad de marcar sus discrepancias con el enemigo común: José Batlle y Ordóñez.

Por ejemplo, el senador nacionalista Alejandro Gallinal sostenía que el es- fuerzo era desigual en los diferentes oficios y por tanto la duración de la jornada también debía serlo. Proponía que el asunto fuera tratado en una conferencia internacional en América, para evitar la desleal competencia de los países en que   los obreros trabajaran más. Domingo Arena, hombre muy cercano a Batlle, le contestó que "para no llegar nunca era una hermosa solución". "La Democracia", el diario nacionalista dirigido por Carlos Roxlo y Luis Alberto de Herrera, argumentaba que en el país casi no había industria y la "cuestión obrera" era pura demagogia del gobierno:

"...aquí no hay gran industria, ni masa obrera, ni burguesía acaudala- da, ni pavorosos problemas de carácter social. Nuestro país no es otra cosa que una pobre y oscura republiquita, donde todo está en ciernes, sin capitales, con muy escasa población y alguno que otro embrión de fábrica. [...] Y siendo así, ¿qué significa la racha anticapitalista que sopla en las alturas oficiales? A nuestro juicio no tiene fundamento legitimo; no expresa una exigencia del ambiente, ni es tampoco la resultante obligada de una etapa social. Esa prédica seudoliberal no es sincera, no es generosa, ni es la semilla del bien, arrojada con mano pródiga a los surcos de la tierra fecunda. No: esa prédica es un disfraz, un mascarón, una vocinglería que encubre y disimula el desenfreno de los intereses...".

Desde el diario "El Día" Batlle replicaba que las ocho horas eran necesarias para que el obrero pudiera vivir, además de trabajar, recrearse, leer, interesarse en la política y convertirse en un ciudadano.

"El país necesita productores, pero productores que sean ciudadanos Bastante es que la constitución menoscabe los derechos innatos del que trabaje por el jornal. Y todos los que quieran que el país tenga ciudadanos capaces de aquilatar sus necesidades, defender sus derechos y realizar sus esperanzas, deben dar toda su simpatía a la jornada uniforme de ocho horas, la cual permitirá que la mayoría de los ciudadanos sean hombres instruidos, fuertes y libres".

Y en otro artículo contestaba irónicamente una afirmación de "La Democracia" de la siguiente manera: "Seremos una pobre y oscura republiquita, pero tendremos leyecitas adelantaditas". También levantó resistencia el proyecto de descanso rotativo de un día cada seis, la oposición lo llamó "la semana renga" y lo atacó duramente. Los diputados batllistas expusieron lo que ellos consideraban ventajas de la iniciativa: el obrero tendría cinco días libres por mes en lugar de cuatro; los patronos no tendrían que paralizar sus máquinas obligatoriamente el domingo; en ese día no todos los obreros quedarían libres y por lo tanto se disminuiría la influencia nefasta del ”juego y la taberna". Además, de esa manera no se paralizaría toda la actividad del país en un solo día, impidiendo las distracciones, los paseos, los espectáculos públicos. Otro de los fundamentos de la "semana renga" estaba en el deseo batllista de eliminar el domingo como feriado por su significación religiosa.

Como ya dijimos, el proyecto fue finalmente aprobado en 1915 estableciendo un día de descanso cada siete.

NAHUM; Benjamín. La época Batllista 1905-1929. Historia Uruguaya todo 6 28-33

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