Ficha 0: El modelo "agro exportador" o modelo "primario exportador"

 

Desde mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial, una ola de globalización envolvió con fuerza a América Latina. Impulsado por la revolución comercial e industrial, y hecho posible en dimensiones antes impensables por las innovaciones tecnológicas -en especial por la navegación a vapor en el océano Atlántico y por los ferrocarriles-, aquel fenómeno tuvo consecuencias enormes en las naciones latinoamericanas. Sobre esas naves y trenes viajaron mercancías a precios más bajos, en tiempos más rápidos y en condiciones de mayor seguridad, a tal punto que el comercio alcanzó ritmos constantes y potentes, y los capitales llegaron en abundancia. En aquellos nuevos vehículos marítimos y terrestres transitaron también millones de hombres, que dejaron Europa por América. Con ellos arribaron historias, culturas, costumbres, ideas, ideologías, tradiciones que enriquecieron y volvieron aún más compleja la ya intrincada trama social latinoamericana. En pocas palabras, fue como si las olas levantadas por los extraordinarios cambios producidos en Europa llegaran a las orillas del Nuevo Mundo, arrastrándolo consigo hacia la modernidad que Occidente estaba creando. América Latina se encaminó desde entonces hacia un turbulento proceso de transformaciones económicas, causa de cambios sociales radicales, que pronto hicieron sentir su efecto sobre la política, la cultura, la religión, las costumbres ...

¿Cómo se produjo la integración de América Latina al Occidente moderno, el de la Revolución Industrial, que había encontrado su guía en Gran Bretaña; a ese Occidente empapado de ética protestante y espíritu capitalista que lo volvía tan distinto del Occidente hispánico del que esta América siempre había sido parte? En términos económicos, se integró como la periferia de ese arremolinado centro, del cual era necesario complemento, a tal punto que el nexo que se creó entre ambos ha sido definido muchas veces como un pacto neocolonial. Eje de dicho nexo fue el modelo económico primario exportador, basado en el libre comercio, en el que América Latina se especializó en la exportación de materias primas hacia Europa -minerales para la industria y agropecuarias-o En sentido contrario, viajaron hacia América las manufacturas europeas, en especial británicas; al mismo tiempo, arribaron capitales europeos y norteamericanos, necesarios para crear las infraestructuras sin las cuales la corriente vigorosa del intercambio atlántico pronto se habría secado. Se trataba de capitales destinados a proyectos que implicaban excavar puertos de agua profunda, tender miles de kilómetros de vías férreas, sentar las bases de un moderno sistema crediticio, realizar túneles en los lugares más inhóspitos, explotar las minas, y otros emprendimientos similares. En síntesis, los capitales fueron el lubricante y el carburante de aquel modelo y, por lo general, obtuvieron ganancias gigantescas. Como todas las grandes transformaciones, también esta tuvo sus luces y sombras, lo que explica que el juicio de los historiadores esté dividido al respecto y que aún hoy sea fuente de encendidas polémicas. Hay quienes ven allí el emblema de un nuevo y letal dominio colonial, que distorsionó y volvió estructuralmente dependiente a la economía local, sometiéndola a las potencias del extranjero. Otros, en cambio, perciben el inicio de una prometedora modernización que, aunque atravesada por fragilidades, le permitió a América Latina salir de una producción encallada en el autoconsumo, y sostener y consolidar el orden constitucional liberal.

A modo de síntesis, puede afirmarse que, por un lado, América Latina vivió entonces una impetuosa fase de crecimiento económico que trajo consigo el boom del comercio, la creación de infraestructuras vitales, la incorporación a la agricultura de nuevas y muy extensas tierras fértiles en las inmensas fronteras interiores, el inicio de la urbanización y la expansión de las ciudades: todas premisas de la consolidación institucional y económica de los nuevos estados y de la erosión de los lazos sociales premodernos, típicos del mundo rural. Por otro lado, ese tipo de crecimiento fue también causa de distorsiones y vulnerabilidades: como las economías fueron inducidas a especializarse en la producción de los bienes requeridos por el mercado mundial, (en general no más de uno o dos por país), cada economía nacional se volvió dependiente de la fortuna de esos pocos bienes, lo cual incentivó la concentración de la riqueza y de la propiedad de la tierra, y agudizó aún más las ya profundas fragmentaciones sociales. Por último, las bruscas oscilaciones de los precios de dichos bienes con frecuencia hicieron temblar a los dependientes presupuestos nacionales.

 

ZANATTA; Loris. Historia de América Latina. De la colonia al siglo XXI. Buenos Aires, Siglo XXI, 2012. Págs.76-78

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ficha 13: Efectos de la crisis de 1929 en el Uruguay

Ficha 3: América Latina en la segunda mitad del siglo XIX

Ficha 7: El Uruguay del 900