Ficha 5.3: A.R.U. - Batlle - Industrias

“La base social de aquel proyecto de perfiles capitalistas, como han señalado Barrán y Nahum en su Historia Rural del Uruguay moderno, estuvo dada por la Asociación Rural,... Esta institución se fundó en octubre de 1871, nucleando en su seno a esa nueva clase de estancieros empresarios que emergía por entonces en el país, en especial de origen inmigrante y que tenía sus tierras radicadas en su franja geográfica del litoral y del sur. Enfrentados a los viejos "estancieros caudillos", soporte social y político del Uruguay comercial, pastoril y caudillesco, estos nuevos estancieros, portadores en los hechos de una ideología burguesa y capitalista, constituyeron la punta de lanza del primer proyecto modernizador del país. La Asociación Rural y su revista oficial fueron en efecto los vehículos difusores de las nuevas ideas, que afirmaban la necesidad de un Estado garante del orden y la propiedad privada, del alambramiento de los campos, del mejoramiento del ganado a través del mestizaje con reproductores europeos, de la legitimidad del lucro individual y del rendimiento expandido como motores de la nueva economía y de la sociedad moderna que nacía. Domingo Ordoñana (1829-1897) fue a la vez símbolo e ideólogo de todas estas transformaciones. Vasco de nacimiento, llegado a Montevideo en 1842, hacendado y ruralista fervoroso, fue un incansable defensor de este proyecto de modernización capitalista agropecuaria. autor de varios libros y de innumerables artículos sobre el tema, casi siempre publicados en la Revista de la Asociación Rural.

En su discurso inaugural como primer presidente de la institución. Ordoñana marcó con visión anticipatoria la estrecha alianza que habría de concretarse en el país entre el ruralismo y el liberalismo individualista o conservador, como binomio fundamental, “...somos ramas del árbol rural, cuyo tronco plantamos aquí, pero cuyas raíces capilarizándose por la campaña, tienen que llevar y traer la savia que lo ha de hacer fructificar (...) Es pues la asociación el medio de crear grandes fuerzas, y nosotros que hemos apelado a ella para venir privativamente hasta este punto, imitamos lo que se practica en Inglaterra y otros países en que las asociaciones de nuestro orden se adelantan los Gobiernos, para estudiar, para indicar el camino de las reformas porque, señores, en la promoción de los intereses materiales, no hay Gobierno que deje de abrazar con efusión cualquier proyecto, cualquier idea basada, que tienda a desarrollar la riqueza pública por el seguro camino del bienestar individual”.

Pero no habría de pasar mucho tiempo para que estas visiones tan compactas fueran respondidas con fuerza. El modelo agroexportador y su perfil inherente de “desarrollo hacia afuera”, comenzó a ser contestado por quienes advertían los costos para un país pequeño de una inserción económica internacional que pasara casi exclusivamente por la exportación de bienes primarios del medio rural. “Tenemos un país en que la luz es extranjera y privilegiada en forma de Compañía de Gas; en que el agua se halla en las mismas condiciones, en forma de Empresa de Aguas Corrientes; en que la locomoción representada por tranvías, ferrocarriles, vapores, es también extranjera, etc. ¿A qué continuar? Todo es extranjero y privilegiado o tiende a serlo. Y de esa manera, si en el régimen político hemos destruido el sistema colonial, no lo hemos destruido en la industria, en el comercio. (...) El hecho es que una inmensa parte de las riquezas del país se van (...). Los productores de esas riquezas trabajan en el país, pero no para el país ni para los habitantes del país. Sus industrias son como esas pesquerías que se establecen en las costas de las islas desiertas. Cargan todo lo que pueden y levan anclas”.

Así exponía sus opiniones un treintañero José Batlle y Ordóñez en el diario El Día el 9 de diciembre de 1891, bajo el seudónimo de Néstor." Desde claves similares también empezaba a pensar por entonces un grupo importante de las elites políticas uruguayas, que comenzaba a abandonar los viejos postulados del liberalismo radical, de perfiles ruralistas y conservadores, para proponer -en una suerte de anticipación reformista- un modelo de orientaciones más intervencionistas e industrializadoras, incluso, poco a poco abierto a una asunción más plena de la cuestión social emergente. En realidad, la industria contaba ya con cierto desarrollo y también con la presencia de actores sociales como la Liga Industrial, fundada en agosto de 1879, como representante de sus intereses corporativos. Además, el Estado se había venido inclinando hacia el proteccionismo con la ley de Aduanas del 22 de octubre de 1875 (obra del ministro de Hacienda Andrés Lamas) y con la ley del 15 de julio de 1886.

El siguiente paso en esta dirección fue la sanción de la ley de Aduanas del 5 de enero de 1888, Impulsada por los políticos civilistas, la incipiente burguesía industrial e incluso con apoyos de la clase alta rural, a cambio de concesiones en términos de rebajas impositivas. La ley fue sin embargo duramente cuestionada por los representantes del alto comercio, a cuyos integrantes perjudicaba en sus negocios en la importación de artículos manufacturados. Como se decía en el informe de la Comisión de Hacienda de la Cámara de Representantes: “...no podrá citársenos una sola nación que haya adquirido importancia estable sin desarrollar, sostener y multiplicar sus industrias. (...) Y mientras no tengamos más que materias primas como producción nacional para adquirir con ellas los productos manufacturados que se nos traigan, seremos por el hecho, una especie de factoría extranjera. La constitución de una nacionalidad y de una independencia económica están en el poder industrial propios”.

Los impactos de la crisis económica y financiera de 1890 ampliarían los espacios para voces y definiciones similares. En el seno de las elites políticas. algunos de los principios centrales del “liberalismo conservador” emergente comenzaron a tener cada vez más impugnadores. En particular tres ideas eran las más desafiadas: la bendición automática al rol civilizador del capital extranjero, la noción de un Estado mínimo, solo juez y gendarme, ajeno al cumplimiento de roles en la economía y en la sociedad, la perspectiva de una independencia nacional consolidada sin el complemento de algún tipo de nacionalismo económico”.

CAETANO, Gerardo. El liberalismo conservador. Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2021, pp. 49-51


Comentarios

Entradas populares de este blog

Ficha 13: Efectos de la crisis de 1929 en el Uruguay

Ficha 3: América Latina en la segunda mitad del siglo XIX

Ficha 2: La conformación del mercado mundial capitalista (1850-1914)