Ficha 4: El estado oligárquico
La inmigración masiva transatlántica
“Entre 1860 y
1900 tuvo lugar una inmigración masiva de europeos a América. La inmigración
tuvo lugar en los países de la costa atlántica. Entre esos años, Estados Unidos
recibió unos 12.000.000 de inmigrantes, pero el éxodo de población llegó a
sumar veinte millones de personas, y se convirtió en el país que recibió más
inmigrantes a lo largo de la historia del mundo. Argentina recibió seis
millones, Brasil cuatro millones, Uruguay un millón y Cuba 800.000 inmigrantes
(fundamentalmente de España, ya que siguió siendo colonia española hasta 1898).
Esta gran oleada
inmigratoria que arribó a países con clima templado entre el último cuarto del
siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, fue catalogada por Pierre Chaunú
como la "segunda conquista humana" de América Latina por Europa
(Chaunú, 1964).
Desde su
independencia, la población de América Latina crecía poco, en comparación con
los países más avanzados. Para 1830, en América Latina había unos 19 millones
de habitantes, y en Estados Unidos 5 millones. Hacia 1900, América Latina tenía
una población de 63 millones, y Estados Unidos de 82. En trescientos años, la
población europea había aumentado el 620%, y la del resto del mundo en un 320%.
Millones de europeos dejaron su continente en búsqueda de nuevos horizontes
laborales: solamente en Argentina, entre 1857 y 1926, se radicaron
definitivamente más de tres millones. Respecto de la composición de la
población, a principios del siglo XX América Latina contaba con un 19,4 % de
blancos, un 44,5 % de indígenas, un 31,5% de mestizos y un 4,6% de negros. En
Bolivia, por ejemplo, las comunidades aymaras y quechuas constituían la
población mayoritaria de ese país. Los inmigrantes europeos contaron con el
apoyo de los estados latinoamericanos para instalarse en colonias agrícolas. El
asentamiento de colonos fue un objetivo de los gobiernos a partir de la segunda
mitad del siglo XIX. La inmigración resultó significativa como mano de obra en
la economía agraria, como promotora de actividades comerciales de exportación,
así como también en talleres, servicios y manufacturas urbanas y
ocasionalmente, en educación y otros rubros.
El estado
oligárquico en América Latina
Ya hemos visto
que las revoluciones de independencia americanas fueron encabezadas
fundamentalmente por los sectores criollos de las oligarquías urbanas (élites)
y mestizos claros. Estos sectores reemplaza- ron prácticamente a los españoles
en la estructura de dominación. Pero, durante la primera mitad del siglo XIX,
la militarización y el surgimiento de caudillos rurales (la disidencia armada,
los ejércitos regionales y las dictaduras) debilitaron a las élites urbanas y
postergaron la consolidación de los estados nacionales.
En toda América
Latina, salvo raras excepciones, los estados se consolidaron recién a partir
de 1870, hegemonizados por las oligarquías terratenientes y con el
financiamiento de préstamos externos que les permitieron someter las
resistencias autonomistas provinciales y regionales a expensas de un poder
central. De este modo, los estados pudieron con- solidarse gracias a la disponibilidad
de capitales y a la capacidad de las metrópolis en adquirir las exportaciones
latinoamericanas.
En Chile,
Colombia, Uruguay, Argentina y Perú los estados se instauraron bajo la
dominación oligárquica, que impulsó programas modernizadores y defendió el
liberalismo económico. En el aspecto político, mantuvieron fuertes
restricciones a la democratización, evitando el sufragio o voto universal para
las masas campesinas, y utilizaron diferentes mecanismos-desde el clientelismo
hasta la práctica sistemática del fraude y la violencia- para impedir toda
forma de expresión política externa al propio proyecto. El autoritarismo y el
personalismo son característicos del Estado oligárquico, un estilo de liderazgo
típico de una época en que los partidos eran sólo organizaciones formales. La
estructura de poder corresponde a una combinación de oligarquías locales y
regionales con la hegemonía de una de ellas.
Otra
característica de estos estados fue el control de la transmisión del mandato;
por ejemplo, en la Argentina y en Chile el presidente elegía a su sucesor, que
solía ser uno de sus ministros. Diferente fue el caso de Brasil donde la
república estableció un sistema de alternancia entre las dos regiones
económicamente más fuertes del país: San Pablo y Minas Gerais. La burguesía
paulista, claramente vinculada con el mercado ex- terno a través de la
producción cafetalera, y los terratenientes mineiros, vinculados con el mercado
interno a través de su producción ganadera, se sucedieron en la presidencia del
país (la "república del café con leche"). Las oligarquías
latinoamericanas mantuvieron el monopolio del poder entre el último cuarto del
siglo XIX y principios del XX. Fundamentalmente eran exportadoras, más ricas en
tierras que en dinero, y aprovecharon los beneficios del nuevo pacto colonial.
Con la intención de "modernizar" el estado, los gobiernos
oligárquicos acudieron al crédito externo.
Para estas
minorías dirigentes existían dos modelos de desarrollo: el norteamericano y el
inglés. Chile representó el modelo más exitoso de estado oligárquico; en
Argentina estuvo representado por el gobierno de Julio Argentino Roca, en Perú
por la llamada "República Aristocrática", en Brasil por la
"República Vieja", y en México por el régimen centralizado y
personalista del general Porfirio Díaz.
Los estados
oligárquicos, desde el punto de vista ideológico, adopta ron casi unánimemente
el pensamiento positivista, corriente filosófica postulada por el pensador
Augusto Comte. Tendieron a la incorporación de los intelectuales al régimen,
como fue el caso de la Generación del 80, con Eduardo Wilde en Argentina, y de
los "científicos" en México. En Brasil, el pensamiento positivista se
insertó en una institución militar clave como fue la Academia de Praia Vérmelha
en Río de Janeiro, donde dictaba cursos el pensador francés Benjamín Constant.
No casualmente la bandera brasileña llevaba la consigna "Orden y
Progreso".
Para remover los
restos del pasado colonial e impulsar el progreso, estos estados incipientes
llevaron adelante reformas liberales como el casamiento civil, la
secularización de los cementerios y la enseñanza estatal laica. Esto produjo
conflictos con la Iglesia y enfrentamientos relativamente virulentos con el
Vaticano, como fue el caso argentino en 1884. “
GALLEGO,
M; EGGERS-BRASS, T; GIL LOZANO, F. Historia Latinoamericana 1700-2005.
Sociedades, culturas, procesos políticos y económicos. Buenos Aires,
Maipue, 2006. (Págs. 156-158)
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